No se puede desconocer el peso que tiene la política en las decisiones del sistema en su conjunto, a veces superando las decisiones técnicas. Esto es un hecho para todo el sistema, economía, educación, seguridad, y por supuesto: La Salud. Ese bien preciado por todos, y valorado por nadie.
De hecho en nuestro país, la salud es uno de los puntos claves en las campañas electorales, estando lo referente a la misma por demás politizado. Y cuando decimos politizado no nos referimos a políticas de estado que busquen lo mejor para los ciudadanos, sino a su uso en la maquinaria electoral.
Por eso les compartimos el siguiente artículo:
 
 Aparte de que con el sustantivo  candidato me refiero también a candidatas, será importante destacar que  así como en los tiempos de la pre-modernidad política, según Maquiavelo,  el personaje central era el Príncipe, en la post-modernidad política es el candidato.
En tiempos maquiavélicos la política carecía de participación  popular. El poder era obtenido mediante el recurso de la guerra. La  política comenzaba recién en el momento de la gobernabilidad. Hoy día,  en cambio, en las naciones donde existen usos democráticos las  elecciones han substituido a la guerra en la lucha por el poder. Es la  razón por la cual el momento más político de la política es hoy ocupado  por las elecciones.
Si Maquiavelo viviera, no daría entonces sus consejos solo a los  príncipes, también a quienes quieren serlo. Pero como Maquiavelo murió  hace tiempo, el presente escrito tiene el propósito de entregar algunos  consejos al sujeto principal de la política de nuestros días: el  candidato.
A continuación una lista de consejos post-maquiavélicos.
1. El candidato no se representa si mismo
Si aceptas ser candidato debes tener presente que tú eres un elegido,  pero no de los dioses, sino de quienes decidieron que tú los  representes. Eso quiere decir que 
el candidato es un representante que no se representa a sí mismo sino a los representados.  En cierto modo el candidato es un espejo de quienes lo eligieron como  representante. Por lo tanto, en una elección tu lealtad primaria no es  contigo, sino con quienes representas.
Se trata, para que me entiendas, de un contrato no escrito entre  representantes y representados. Es por eso que si un candidato rompe  acuerdos con las fuerzas que dice representar, estas tienen el derecho,  incluso el deber de destituirlo. Así como en la guerra ningún oficial  actúa por su cuenta, sino bajo la dirección de un comando central, en la  política, que es guerra sin armas, ha de ocurrir lo mismo.
La deliberación y el debate interno en torno a la representación, sin  los cuales la política no existiría, termina cuando el candidato es  elegido por el comando (partido o bloque de partidos) que lo  representará, aunque dicha decisión aparezca a más de alguno errónea.
Desde ese momento la lucha será en contra del enemigo político  principal, vale decir, en contra de el o los candidatos del campo  adversario; y contra nadie más.
2. Tu deber principal como candidato es enfrentar y derrotar al enemigo.
Aunque muchos digan que no tienes opciones, has de hacer todo lo posible por obtener una victoria absoluta. 
Quien va a una elección con la idea de obtener una victoria relativa o una derrota aceptable no sirve para la política. Tampoco sirven las victorias morales. La victoria cuando no es matemática será siempre derrota.
Luego, de lo que se trata, es de ganar los votos de los indecisos y  obtener el máximo de quienes votaban por tu enemigo. A ambos tienes que  convencerlos de que voten por ti. Para eso no bastan argumentos ni  habilidades retóricas, ni siquiera tu imagen. Tú tienes que ofrecer algo  a cambio del voto. Esos ofrecimientos son las llamadas promesas.
3. Cada candidato debe ser un prometedor.
No se trata por cierto de prometer el oro y el moro. Antes de prometer tienes que 
informarte no sólo de lo que la gente no tiene sino de lo que desea. No siempre es lo mismo.  Luego tienes que comprobar la factibilidad del deseo. Si el deseo es  factible, no solamente tienes que prometerlo sino, además, explicar como  lo vas a realizar. De otra manera nadie va a creer en tu promesa. Es  por eso que el primer convencido de que la promesa puede ser cumplida  tienes que ser tú mismo. Si no estás convencido no vas a convencer a  nadie.
4. Cada elección está sujeta a condiciones de tiempo y lugar
No olvides nunca que 
la elección está sujeta a condiciones de tiempo y lugar. Eso significa, las elecciones ocurren 
ahora y aquí.
No gastes tiempo en referirte al pasado ni te pierdas en  elucubraciones sobre un futuro lejano. Mejor dicho: solo refiérete al  pasado o al futuro cuando estén íntimamente ligados con lo que está  sucediendo ahora y aquí.
El tiempo de la política —a diferencia del tiempo histórico que es el  del pasado, y del tiempo religioso que es el de la eternidad— es el  presente, es decir, el tiempo del lugar donde estamos existiendo, ahora y  aquí. Por eso mismo busca contactar tus discursos con los hechos que  están sucediendo en el tiempo y en el lugar donde estás hablando y te  están escuchando. Te prestarán más atención, ya verás.
5. La contradicción entre nación y la localidad no existe
Si tú eres un candidato nacional nunca olvides referirte a los  problemas de cada localidad. A la inversa, si tú eres un candidato local  nunca olvides referirte a los orígenes nacionales de los problemas que  enfrenta la localidad.
La contradicción entre nación y la localidad no existe, y si existe, en la política es muy leve.  Cada nación está formada por localidades y cada localidad se encuentra  en una nación. De ahí que las referencias a lo uno o a lo otro es solo  un problema de acentuación. Hay que terminar de una vez por todas con la  falsa idea de que solo los grandes temas nacionales son políticos. Todo  lo contrario, mientras más local más concreto, mientras más concreto  menos ideológico y mientras menos ideológico más político es un tema.
Un gran candidato debe ser, es lo que quiero decir, un buen  traductor: Ha de saber traducir los problemas del mundo a escala  nacional y los problemas de la nación a escala provincial, y así  sucesivamente, hasta presentarlos en su dimensión más reducida, la  familiar. Si la gente no se siente aludida en carne y hueso con los  temas que presentas, mejor no hables.
6. Da explicaciones sencillas
Por la misma razón, cuando te refieras a un tema, nunca lo presentes  en forma general sino en su modo de expresión más particular. Por  ejemplo, si dices, la inflación bajo este gobierno es muy alta, nadie te  va a prestar atención porque es lo mismo que se escucha o lee en los  medios. Pero si preguntas ¿cuánto costaba hace un año un kilo de pan,  cuánto cuesta hoy día? Y si después explicas en idioma sencillo las  razones por las cuales a la gente el sueldo no le alcanza, tanto mejor.
No te olvides, 
la política tiene un carácter pedagógico.  Los que te van a escuchar no solo quieren verte y oírte; además quieren  aprender. De modo que si explicas bien un problema, usando ejemplos  reales y visibles, la gente te lo va agradecer.
7. Eres un combatiente de la palabra
Pero antes que traductor y pedagogo, recuérdalo bien, tú eres un combatiente de la palabra.
Lo que digas no solo debe ser dirigido a favor de tu público sino en  contra de tus adversarios. Ellos son tus enemigos existenciales. Eso  quiere decir, 
la política, sobre todo en tiempos electorales, debe ser polémica o no ser.  A través de tu discurso tú estás polemizando incesantemente con el del  otro. Por eso nómbralo directamente, denúncialo, acósalo con palabras.  No le des cuartel ni tregua.
Nunca te refieras a tu enemigo usando el pronombre impersonal. Es un  error fatal. Por ejemplo, no digas jamás “Se dice que…” “Se cree que…”.  Tampoco uses formas elusivas como “Hay quienes creen que… “Hay algunos  que piensan que…”.
Recuerda que la política es lucha de ideas, pero ideas representadas por personas. 
La política, sobre todo la electoral, es una práctica inter-personal.  Y las diferencias políticas son también diferencias personales. Son muy  pocos quienes van a votar por una gran idea. La gran mayoría va a votar  por una persona, con rostro, nombre y apellido.
8. Polemizar no quiere decir, por cierto, insultar.
Pero lo cortés no quita lo valiente. No olvides jamás que la polémica  está hecha para marcar diferencias. Si las diferencias no están  marcadas muchos se preguntarán si da lo mismo votar por uno o por el  otro, o simplemente no votar.
Acuérdate que las grandes victorias solo se obtienen despertando entusiasmo. Y 
sin diferencias, vale decir, sin lenguaje polémico, no puede haber entusiasmo.
El dialogo amistoso y el lenguaje conciliatorio forman parte de la  diplomacia. Pero en la política electoral están de más. Son, si se  quiere, elementos de la política post-electoral, no de la electoral.
Nunca te dejes, por lo mismo, ningunear por el enemigo. Si el enemigo  te insulta, responde con dureza, aunque sin exabruptos. Si te acusa con  infundios, desafíalo a presentar pruebas en público. Si te dejas  intimidar, estás perdido. 
A los pueblos le gustan los candidatos valientes. Machos o machas.
Busca el foro y el debate, desafía a tu adversario, oblígalo a  discutir. Hay tiempos de paz, hay tiempos de guerra. Las elecciones son  tiempos de guerra gramatical y sin armas, pero de guerra al fin.
9. Las elecciones no solo son un medio, son un fin
Suele suceder que en no pocas ocasiones el candidato enfrenta a  neo-dictaduras electoralistas en donde hay que competir no solo con otro  candidato, sino con toda la maquinaria del estado. Si ese es el caso  recuerda que 
las elecciones no solo son un medio, son también un fin “en sí”.
Cada elección es una ventanilla abierta al mundo desde donde puedes  dar a conocer la violaciones a la constitución, la represión y las persecuciones que  tienen lugar en tu país. No desperdicies esa oportunidad.
Pero no debes limitarte a denunciar. Lo importante, reitero, es  ganar. No han sido pocas las veces que, bajo condiciones desventajosas,  las elecciones -sobre todo cuando tienen un carácter plebiscitario  —logran desatar una dinámica popular que los sectores dominantes no  pueden controlar.
Así como en la economía rige el principio de la optimización de los  recursos disponibles, en la política también hay que trabajar con lo que  se tiene, aunque sea muy poco. Eso quiere decir, si el enemigo tiene la  televisión, opónle la internet y el Twitter. Si el enemigo controla la  prensa, opónle el panfleto repartido mano a mano. Si el enemigo controla  la propaganda, opónle tus artistas, cantantes y poetas. Si controla la  radio, opónle el rumor boca a boca.
Suele suceder que un rayado mural ingenioso, a la vista de todos, surte más efecto propagandístico que mil televisiones.
10. En política la mesa nunca está servida
En ningún caso des la elección por perdida o por ganada hasta  el mismo día de la elección. En política la mesa nunca está servida.
Recuerda siempre que, como todo en la vida, las elecciones están  sometidas al principio de contingencia. Un desastre natural, una  revelación fortuita, el destape repentino de un escándalo y hasta una  frase ridícula dicha por el adversario, pueden cambiar el curso de las  tendencias. Eso significa que durante una elección tu capacidad de  reaccionar frente a “lo nuevo” deberá ser puesta a prueba cada día.
Por la mismas razones, no otorgues demasiado crédito a las encuestas.  Muchas de ellas son pagadas. Pero aún las honestas, sobre todo si en tu  país rigen condiciones represivas, no tienen demasiado valor. Más  todavía, en los países más democráticos las encuestas captan solo un  momento de un tiempo que tiene muchos momentos. La única encuesta válida  es la propia elección.
11. Desconfía de las empresas de marketing electoral.
Tampoco des valor excesivo a las técnicas de comunicación. Ni tu  peinado ni tu sonrisa, ni una frase aprendida de memoria son garantías  de triunfo. Las elecciones no prescinden por cierto del espectáculo.  Pero ese espectáculo será dado mucho más por lo que dices que por el  como lo dices. Recuerda siempre: 
el estilo eres tú.
Por supuesto, la política es representación. Pero si no te  representas a ti mismo estás perdido. La impostura se notará tarde o  temprano. La autenticidad, no solo en política, será siempre bien  gratificada. No digas siempre lo que piensas -sería absurdo- pero lo que  digas deberá ser pensado por ti mismo.
No intentes ser otro que no eres. Harás el ridículo. Si toda la vida  te has vestido bien, no aparezcas en público como papagayo, o disfrazado  de aborigen, con plumas y colmillos colgantes. Y si siempre has vestido  ropa ligera, no se te ocurra aparecer vestido de frac. Por cierto, en  cada elección hay que ser algo populista; a veces cantarás, recitarás,  jugaras fútbol o béisbol, si eres varón besarás a chicas lindas y  feísimas, y hasta bailarás con ellas. Es parte del oficio. Pero hay que  saber dosificar. Tu arma principal será siempre la palabra.
Los grandes políticos han sido quienes han logrado hacer coincidir, o  por lo menos, aproximar, lo que son con lo que representan ser.
12. Un candidato sin retórica es como un soldado sin armas 
La política es retórica, de esa definición nadie escapa. Sobre todo  si estamos hablando de política electoral. Un candidato sin retórica es  como un soldado sin armas en medio de la batalla. Lo que no está claro  en todo caso es qué es lo que significa ser buen orador.
Hay diversos tipos de buenos oradores, y todos son muy distintos  entre sí. Para no cansar a nadie, me limitaré a nombrar solo a tres, los  que me parecen principales. Son los siguientes:
- El orador mesiánico quien apela a la inconciencia de las  masas haciéndolas delirar de entusiasmo. Sin embargo de esos ha habido  pocos en la historia. Son contados con los dedos de las manos. En  América Latina el último fue Chávez. En Europa ya se extinguieron. No te  aconsejo bajo ningún motivo asumir el rol del orador mesiánico. Para  eso hay que estar algo loco. Si no lo estás, serás solo un imitador. Y  no hay nada más grotesco que el discurso de un imitador.
 
- El orador racional, quien apela al consciente de las masas.  En Europa son los que más abundan, aunque en América Latina también  están apareciendo. Por lo general son poco espontáneos, sus discursos  son casi siempre leídos, y hablan tanto de cifras que para entenderlos  es a veces preciso tener una calculadora al lado.
 
- El orador verdaderamente político quien busca el inconsciente  pero para transformarlo en consciente. A primera vista parece una tarea  difícil, digna de un eximio sicoanalista. Pero es quizás la más fácil  de todas. Se trata simplemente de decir la verdad. Nada más. Eso no  significa que debas convertirte en un buscador de la verdad. Para eso  están los filósofos y los comisarios de los thrillers  televisivos. Se trata simplemente de que todo lo que digas sea verdadero  o por lo menos cierto. Significa también revelar las mentiras de tu  adversario.
 
No estoy hablando aquí, entiende, de un imperativo moral. La verdad  tiene, además de su sentido moral, un enorme sentido práctico. La verdad  es atractiva y en cierto modo es erótica, pues hay que desnudarla. Y  para decirla no se requiere de grandes técnicas oratorias. Basta  pronunciar más o menos bien, hacer una que otra pausa, y encadenar una  frase con otra. Nada más.
He aquí entonces algunos de mis consejos. Con eso no te aseguro el  triunfo. Hay otros factores que también juegan, entre ellos el destino. Y  “frente al destino nadie la talla”. Así dice por lo menos un famoso  tango.
Por Fernando Mires
12 de Agosto, 2013
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Fuente: ProDaVinci