miércoles, 22 de octubre de 2014

ASSE - Hacia una nueva dinámica institucional

Tengo el gusto de compartirles este video que habla de los logros de la Administración de Servicios de Salud del Estado.

martes, 5 de agosto de 2014

El suicidio y el Alzheimer

Llegó a mi pantalla el siguiente artículo de la parte de ética clínica de la BMJ, y que habla del suicidio como una opción frente al Alzheimer y otros tipos de demencia. 

Les dejo sólo el prólogo del mismo en su lenguaje original. Si quieren leerlo entero, cosa que recomiendo, puede verlo en: http://jme.bmj.com/content/40/8/543.full


Still Alice is a gripping novel by neuroscientist Lisa Genova, describing the experience of dementia from the perspective of the victim. Alice Howland is an eminent professor of psychology in her 50's when puzzling symptoms lead to the diagnosis of early-onset Alzheimer disease (AD). She doesn't want to leave life too early, but she also doesn't want to sink into total dementia. She obtains a bottle of sleeping pills and sets up a failsafe method, where her faithful smartphone buzzes once a day to remind her to take a simple quiz. The message directs her that when she is no longer able to remember the names of her children or the current month of the year, she should go directly to her computer, open a folder marked ‘Butterfly’, and do what it tells her. Over the next 2 years, she responds to the quiz but fails to notice that she is answering the questions at first with less specificity and later with wrong responses. Eventually the smartphone is ruined when she leaves it in the freezer, and it is not replaced. One day she is randomly opening folders on her computer when she happens upon ‘Butterfly’. She is astounded to find there a letter addressed to her from her former self. Among general messages of love and reassurance, she reads:

"You wrote this letter to yourself when you were of sound mind.... You can no longer trust your own judgment, but you can trust mine, your former self. You before Alzheimer's took too much of you away....I love you and I'm proud of you, of how you've lived and all that you've done while you could. Now, go to your bedroom. Go to the black table next to the bed, the one with the blue lamp on it. Open the drawer to that table. In the back of the drawer is a bottle of pills. The bottle has a white label on it that says FOR ALICE in black letters. There are a lot of pills in that bottle. Swallow all of them with a big glass of water. Make sure you swallow all of them. Then, get in the bed and go to sleep." "Go now, before you forget. And do not tell anyone what you're doing. Please trust me." "Love,"
 "Alice Howland"

jueves, 15 de mayo de 2014

A Monteguay - (Por una cama de CTI)

Les comparto una serie de tres capítulos de un cuento del Dr. Sebastián Gonzalez.

A Monteguay 

La Llamada

En esta historia somos tres los personajes principales aunque por el camino vayan apareciendo otros. Las estrellas serán ustedes y dos pediatras. De estos últimos, uno trabaja en el interior del país y el otro soy yo, que amén de escribir las líneas, me pongo de actor y director. Vayamos a la primera escena. ¡Claqueta!  

Estamos en un pueblo del interior. Es invierno y afuera el rocío baña los pastos. Marta está en su casa, porque por suerte en algunas zonas del interior del país, aún el pediatra es considerado un especialista. Entonces se lo convoca sólo cuando es necesario atender un niño con una enfermedad que supera los conocimientos generales del médico emergencista que le toca estar de guardia. Marta esta lavando los platos de sus críos que ya hace rato duermen. Suena su celular y Marta lo toma con las manos enjuagadas. Al ver el contestador adivina que la llamada viene del hospital. Siente una mala espina.

- Marta, venite que tengo un lactante que está horrible- le dice Alberto, el médico generalista de guardia, y luego la llamada se corta. 

Marta se asusta y emprende la huida. Los platos pueden esperar. Le da un beso en la frente al marido que estaba viendo el informativo, toma el gamulán del perchero, el maletín con los petates: la túnica, los hermanos copio (estetos y otos) y el recetario. Luego se hunde en la noche. Vive a 15 cuadras del hospital, un trecho de menos de 5 minutos en moto. Dentro del casco Marta va pensando cuál podía ser la urgencia. Sea cual fuere, Alberto no era ningún bobo y si la llamaba era porque la situación lo apremiaba de veras. 

Sus sospechas se confirman al entrar por la puerta principal con la cara congelada por la brisa. Mientras se saca la bufanda logra verlo a Alberto que esta al pie de la cama. El primer vistazo le bastó para erizarse al ver la gravedad de la situación. Y un cuarto personaje aparece en nuestra historia. Juan no tiene más de tres meses y está concentrado nada más que en respirar. Sudoroso, pálido y con los labios morados está entregado a una máscara de oxígeno que Alberto le sostiene sobre la cara. Alberto la mira como rogándole que le diga qué hacer. De repente Juan se olvida de respirar, porque ya no puede más, y Marta tomándolo en brazos le pega una buena sacudida que obliga a Juan a volver a respirar. Juan abre sus ojos como pidiéndole a Marta ayuda. Y Marta ya no tiene miedo porque está en plena tarea. Ordena a Alberto que le traiga el carrito de reanimación, pide un tubo, las drogas pertinentes y se arma de valor sabiendo lo que tiene que hacer con Juan. 

Juan está entregado, débil. Ya no puede respirar. Marta toma valor e impulso y con las manos temblando intenta intubarlo. Cuando se mete a la garganta de Juan, Marta no puede ver nada. Todo es una marea roja de mocos espesos, burbujas de aire y gárgaras. La luz del laringoscopio para colmo no ayuda mucho, pero es  el único que hay, así que a no quejarse piensa Marta. Vencida al primer intento y apurada por Alberto que le avisa que el gurí está negro, Marta suspende la maniobra y vuelve a inflarle los pulmones con la máscara y el ambú. Juan pierde el color marmóreo de su piel de a poco y se recolorea de algo de vida. Metida en sus pensamientos Marta dice cosas algo incoherentes, repitiendo en voz alta una especie de oración-recordatorio de las cosas que piensa. De eso se dará cuenta más tarde...

-Qué horrible que está por favor...¿cuánto hace que está asi?.... Pruebo una vez más y luego intentás vos Alberto....tengo las manos agarrotadas- dice. 
-Sí dale que en esta podés- le contesta Alberto, que aunque tiene experiencia en intubar adultos, ruega a todos sus santos que ojalá Marta pueda.

La segunda inmersión en las fauces de Juan es caótica. La luz empeora cada vez y los malditos mocos tapan el horizonte...la glotis que no aparece...pero Marta siente que está garganteando por algún lugar....hilitos de sangre comienzan a salir por los costados de la linterna rara por el traumatismo y Alberto que le avisa a Marta que Juan otra vez está gris, y su corazón empezó a latir más lento, al contrario que el de Marta que sigue subiendo en pulsaciones... A punto de abandonar el intento y con la sensación que no puede más, aparecen las dos cuerdas vocales y con un grito Marta pide el tubo y lo mete atornillando la glotis de Juan...

Cuando levanta la mirada Marta ve a Juan gris, inmóvil y comienza con toda sus fuerzas a darle insuflaciones al ambú, esta vez conectado al tubo. Ve la cara no muy convencida de Alberto que ausculta a Juan y no sabe confirmarle si pudo intubarlo o no.... Cuando está por sacar el tubo ve que sus paredes se empañan, que el color de Juan de a poco se torna rosado y que los latidos suben... Pinzando con dos dedos el tubo contra el paladar de Juan, una enfermera le fija el tubo a los labios... Exhausta, medio contorsionada y mareada, Marta se da cuenta que está muy fatigada y se sienta. Pero también piensa que el trabajo recién comienza. Entonces le pide a Alberto que se quede con Juan, mientras ella habla con la madre y le informa de la situación de gravedad... Ahora Marta llama a la centralita del hospital y Clara, la telefonista, deja el mate dulce a un costado y siente la voz de Marta que por el tubo dice:

- Clara, tenemos un niño grave que precisa ceteí. Pasame urgente con la coordinadora del ceteí pediátrico. Por favor.

Es entonces cuando yo entro en escena, a 300 km de aquel pago, en Montevideo.

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- ¿Hola?- pregunto al teléfono con legañas y la boca seca por la calefacción central del sanatorio. 

- ¿Sí doctor, cómo anda? escucho que prosigue la voz del teléfono en tono de súplica... -Le habla la coordinadora...tengo un chiquito en un hospital del interior haciendo apneas y que está intubado...¿Tendrá cama para recibirlo?

-Medio carraspeando y maldiciendo la hora de la llamada quedo haciendo un raconto mental de las camas del ceteí disponibles que tenemos en la unidad y pensando qué contestar... Nos queda un único ventilador y en la mutualista nunca se sabe lo que puede pasar... Hay orden estricta que una cama siempre debe quedar preparada para los socios. Mi compañera de guardia, también levantada por la llamada, me pregunta qué es lo que pasa. Le cuento la situación y dándose la vuelta en la cama, siento que me responde con la frase más lógica: -No podemos aceptarlo, decile que no tenemos camas.

Resoplando, enfrento al tubo y contesto algo de lo que luego me arrepentiré.

La Cama

Paula está inquieta y sola del otro lado de la puerta del caos. Se sienta, intenta hacer silencio para escuchar del otro lado, pero luego se para y camina hacia un lado y hacia el otro. No se da cuenta que está temblando de frío y de miedo. No sabe qué hacer y presiente que un pedazo de su vida se está yendo. Tiene mareos y por momentos náuseas. Siente sus pechos turgentes de leche y le duelen. Paula empieza a llorar y quiere ver, pero no puede. Aunque no hacen más de 20 minutos que llegó al hospital, siente que esos minutos fueron horas de agonía al borde del precipicio de no saber qué sucede con Juan, su quinto hijo. 

Ella recuerda que en la mañana Juan estaba "con un resfrío" según le había dicho su pediatra en la policlínica del barrio. También la señora le había dicho que le aspirara los mocos antes de darle pecho, le bajara la fiebre si llegaba a hacer y que lo tuviera arropado en la noche, porque el invierno estaba bravo. Ella contestó que sí -obvio- sabiendo que mentía porque en su rancho de chapas y costaneros hacía más frío dentro que fuera. A media tarde Paula vio que el horno no estaba para bollos. La respiración de Juan no estaba bien. Entonces Paula empezó a buscar alguien que pudiera quedarse con los otros gurises mientras ella llevaba a Juan al médico. Pero la cosa se había demorado porque estaba sola y su esposo había salido al monte, metido hacía días despellejando eucaliptus en lo del patrón, y no llegaría hasta dentro de dos días. Como pudo fue depositando cada uno de los gurises en los ranchos vecinos suplicando la gauchada. Mientras lo hacía, Juan iba aúpa de su madre intentando respirar.

Luego de la epopeya del delivery de niños, Paula y Juan llegaron al hospital, hicieron la hojita de consulta en el mostrador de recepción y luego se sentaron a esperar que los llamaran. Habían dos veteranos -una viejita con chismosa y un borracho- sentados en la sala. Al abrirse la puerta un hombretón de lentes y cara seria llamó a la señora y mientras la hizo pasar a la sala de consulta, se detuvo en el regazo de Paula. Ella vio como el médico con estetoscopio al hombro se acercó a ella a paso ligero y levantaba el rebozo viejo donde se ocultaba Juan. La cara de susto del médico de guardia hizo que Paula también lo hiciera y fue entonces que el doctor tomó al niño en sus brazos para meterlo dentro. Así fue como Paula y Juan se separaron.

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Paula comienza a golpear la puerta blanca que la separa del barullo del otro lado. Escucha que hay problemas dentro. Voces de mando, caen cosas al suelo, un aparato que suena con un bip-bip. Escucha muchas cosas, menos el llanto inconfundible de Juan. Entonces un frío le recorre la espalda y se incorpora de golpe y se apuesta tras la puerta. Sus nudillos retumban en la habitación y la enfermera sale a atender el nervioso repique. 

-Señora ya le dijimos que no puede pasar, estamos en un procedimiento- le dijo.
-¿Pero qué está pasando? ¿Qué le están haciendo a mi hijo? ¿Lo están judeando?- gritó Paula irrumpiendo en llanto.
-Señora por favor espere, los doctores ya hablan con usted- contesta en seco la señora de cofia. 

La puerta se vuelve a cerrar con un retumbe que le duele a Paula en los huesos. Vuelve a sentarse y sus piernas se ponen inquietas. Pasan cinco, diez o veinte minutos y dentro ya no se siente nada. Silencio. Paula no respira. Al rato, oye unos pasos que se acercan y la puerta se vuelve a abrir. Aparece otra señora, también con cara tensa y frente sudorosa. La señora se presenta como la pediatra de guardia. Le dice su apellido y que se llama Marta. La señora toma de los hombros a Paula y la lleva a una de las banquetas de la sala de espera. Y el mundo de Paula se viene abajo. La señora Marta le cuenta que Juan está muy delicado, que hubo tuvo que ponerle una tubo en los pulmones para respirar y que el niño se puede morir. Paula siente que la cara se le arruga y ya no puede tragar. La señora le dice que hay que llevar a Juan a Montevideo, a un ceteí para que lo cuiden mejor y ver cómo sigue esto. Paula no entiende nada, siente mareos. Escucha que su boca contesta que está bien, que gracias doctora, y luego colapsa. La señora la abraza.

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Marta no puede creer lo que le está contestando la señora coordinadora del ceteí.

-¿Cómo que no hay cama de ceteí? ¿Y yo que hago con este niño?- increpa Marta.
- Bueno doctora, estoy haciendo la recorrida y no hay camas disponibles por el momento- dice la señora y le jura que va a seguir intentando pero que no puede hacer maravillas...

Marta revienta el teléfono y Clara -la telefonista del hospital- la mira consternada. No da crédito a su suerte. Hacía un rato estaba tranquila en casa, proyectando una buena noche familiar, y ahora estaba metida en aquel embudo con un niño grave que apenas pudo intubar y sin lugar donde mandarlo. Marta volvió a la sala donde están Juan, Alberto y la enfermera seria y dedicada que todos llamaban Tati. Juan tose con el tubo puesto y llora al hacerlo. Marta lo mira asustada. ¿Y adónde te llevo a vos? se preguntó. Marta le cuenta a Alberto lo que le dijo la coordinadora. Alberto no lo puede creer.

- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
- La coordinadora me dijo que va a seguir intentando con los ceteís de Montevideo, porque los del interior están llenos y no pueden recibir a nadie- dice Marta.
- ¿Llenos? ¿No habían abierto dos nuevos ceteís hace un par de meses que supuestamente iban a cubrir todas las necesidades?
- No sé Alberto, no me compliques más...- refunfuña Marta admitiendo hacia sus adentros que Alberto había dado en el clavo.
- Mirá Marta, yo en tu lugar llamo al Director del Hospital y que él se arregle con la capital...-. Y otra vez Alberto  le indica el camino.

Marta se embarca en una carrera de adrenalina telefónica. Llama al director, llama de nuevo a la coordinadora, llama a un par de colegas montevideanos que trabajan en los ceteís pediatricos. Pero pasan los minutos y nadie -de los que le contestaron- le da una respuesta que le sirva. Que el invierno está bravo, que estamos en epidemia, que era horrible la situación pero que había que esperar.... Y Juan sigue sin cama. Y Juan que desatura cuando tose y Marta que ya no sabe que hacer. Llegado un punto ciego, Marta toma una decisión drástica y se la informa a Clara. 

- Clara, preparame el equipo de traslado. Nos vamos a Montevideo.
- ¿A qué hospital doctora?
- Aún no lo sé, pero prepará todo urgente- contesta Marta dejando a Clara meditabunda.
- Pero doctora me tiene que decir adonde va el traslado- insiste Clara.
- ¡A Montevideo, no me preguntes más Clarita! - dice Marta, tras lo cual Clarita se calla, da vuelta asustada a buscar en la agenda telefónica la gente del traslado.

Marta regresa a donde Juan y le comunica su decisión a Alberto. Este le responde que su decisión es un disparate. ¿Salir a la carretera con el niño sin tener destino seguro? ¿Y si pasa algo?
- Te van a echar Marta- le dice Alberto.
- Eso ya lo sé Alberto, pero es la única manera que se me ocurrió que se podía presionar- dice Marta.
- Es una locura...
- Más locura es que este niño se quede acá y se nos muera- contesta Marta.

Luego sale un segundo al rocío del patio del hospital y disca a su casa con sus celular. Su esposo atiende y se entera que Marta se va a Montevideo en un traslado. Marta escucha a medias las quejas de su marido mirando el cielo y luego de una seca despedida, cuelga. Al regresar a la emergencia pasa por la puerta de entrada para buscar a Paula a contarle las novedades. Paula se incorpora al verla acercarse. Marta le cuenta que se van a un ceteí de la capital y omite decirle que todavía no sabe a cual... piensa que decirle la imprudencia de salir sin rumbo fijo no le caería nada bien a la señora. 

Volviendo al cuarto de emergencia se topa con Don Amaro, el chofer de la ambulancia. Amaro, siempre erguido y serio, lleva puesta como uniforme una camisa desgastada blanco-amarillenta adornada con una cruz verde en el bolsillo izquierdo del pecho. Es tan grande y panzón que cuando se ríe se tira para atrás y una parte de su enorme barriga se asomaba por debajo de la camisa. Marta lo saluda deteniéndose en el mostacho negro del mastodonte. Detrás de Amaro, tapada por éste, esta Rosita, la enfermera de traslados, una tan vieja que siempre contaba que de niña vio como se construía el hospital del pueblo... Petisa, ronca y atropellada, preguntó a Marta qué quería que cargara en la ambulancia. 

Marta, tras persignarse en sus adentros, comienza a dar indicaciones. Y así comenzó el traslado.

Que tiene la noche

Vista desde el cielo, el vehículo de titilantes luces parece serena. Va surcando la senda de pavimento negro por los campos oscuros y comiendo kilómetros en su avance. En su interior, la historia es todo menos tranquila.

En la parte de atrás, separada por la cabina del conductor van Marta, Rosita y Juan, este último metido en una incubadora que le quedaba chica. Cuando fueron a preparar el traslado se dieron cuenta que la ambulancia tenía la calefacción rota y optaron por una incubadora que se utilizaba para trasladar recién nacidos. Los cinco kilos de Juan fueron arrollados en aquella pecera. El apretuje es preferible a la hipotermia había decidido Marta. 

La vida de Juan pende de una cadena humana. Un tubito de plástico le lleva oxígeno a los pulmones. El tubo está amarrado a una bolsa también de plástico azul llamada ambú, y ésta es sostenida por la mano de Marta, que alimenta la vida de Juan con el abrir y cerrar de sus manos. Los brazos de Marta entran y salen por las puertitas de la incubadora, turnándose tras los calambres de minutos y horas de ejercicio. Rosita había conectado un suero al pie derecho de Juan, para darle los sedantes y los medicamentos necesarios durante el viaje. Para lograr obtener aquella línea venosa, Rosita tuvo que apelar a la pericia alcanzada por la experiencia de años de traslados. Nomás al salir del pueblo, un pozo había hecho que la tubuladura del suero se estirara y reventara su punto de inserción en la piel, por lo que Juan había quedado sin vía y por ende, sin sedación ni suero. Rosita le pidió a Don Amaro que estacionara la ambulancia al costado para ponerle de nuevo la vía. Pinchó en un brazo y en el otro sin lograrlo. Las venas se reventaban o se perdían. Sus manos tantearon con la tenue luz de la ambulancia una vena debajo del manto de grasa del dorso de pie de Juan -la última que le quedaba por pinchar- y por suerte, vino sangre. En un periquete Rosita le puso la llave de tres vías, el suero y todo el resto. Marta, hasta entonces sin respirar porque sabía del peligro de trasladar a un paciente grave sin acceso venoso, con la maniobra de Rosita suspiró y miró de nuevo al techo de la ambulancia queriendo atravesarla y agradecer al cielo... Aquello había sido sólo el comienzo. 

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En la cabina del conductor van Don Amaro y Paula, la madre. La ventana corrediza y esmerilada que los separa de donde la incubadora está cerrada. Apenas se escucha lo que sucede del otro lado. Además Amaro había prendido la radio en AM, un poco para tapar los ruidos del fondo y otro poco para no dormirse. Amaro está cansado porque este es el tercer traslado del día a la capital con sus idas y vueltas. Habían sido dos viajes múltiples porque en uno de ellos -el primero de la mañana- había tenido que regar de pacientes los diferentes hospitales. Dejó a una veterana para operarse de prótesis de cadera coordinada en el hospital de traumatologia, un niño que se iba a hacer ver por un oculista por el ojo torcido (luego de una espera infructuosa de meses para que vaya un especialista al pueblo), y el último fue de vuelta, o sea traer un paciente desde la capital que le habían puesto un stent en la coronaria derecha.

Entonces Amaro anda pestañeando, y no puede prenderse un pucho como suele hacer cuando está sólo en la ambulancia o con Rosita, su eterna compinche de traslados. Amaro va mirando de refilón a la señora de al lado. A pesar de años viendo y viviendo las más duras situaciones en aquella ambulancia, siempre le chocan las madres que lloran sus hijos. Es algo que no puede soportar, quizás porque nunca supo qué hacer en esas situaciones. ¿Qué decirle a la señora? ¿Hay que decirle algo? ¿Cómo ayudarla? La señora luce acabada. Se le notan las ojeras y lleva los ojos rojos. Desabrigada, con apenas un buzo y un jean ajado se acurruca contra la ventana. Amaro se pregunta si el tema de la lluvia no sería un buen tema de conversación, cuando es Paula la que habla y rompe la monotonía del silencio.

- ¿Cómo es Montevideo? 
Aquella pregunta toma a Amaro desprevenido, pero de alguna forma agradece que el gesto de la primera charla fuera de ella.
- Grande.
Tras una pausa y al ver la mirada desconcertada de la mujer, Amaro prosigue.
- Y mugrienta.

A pesar de su alergia por la ciudad, Amaro se dio cuenta que había sido demasiado hosco con la mujer, incluso para un hombre como él. ¿No la estaría asustando a aquella pasiana? ¿Cómo se sentiría él en esa situación?

-Pero algunas cosas son lindas, el estadio Centenario por ejemplo- remató.
La mujer puso cara de póquer y torció el gesto de nuevo hacia la ventana. Y Amaro guiñó sus ojos y movió hacia un lado y al otro la cabeza sintiéndose el más bruto de los hombres. ¿El estadio Centenario? ¿Cómo va a sacar ese tema? Un ringtone con música de Sonido Caracol sonó al fondo y Amaro miró al retrovisor como un reflejo.

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Que tiene la noche que los hombres se enloqueceeeen 
Con los labios rojos esperando a que lo beseeeen 
Que tienen los hombres después de la mañanitaaaa 
Un amor que sueña desojando margaritaaaaas 

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-Perdone Dotora, espéreme que lo atiendo...debe ser mi hermana que quedó en casa preocupada- dijo Rosita llevando las manos al bolsillo derecho de la túnica para atender su celular.

-Petrona ahora después te llamo, toy en un traslado te dije... ¿Cómo que donde?...la bolsa de agua caliente está colgada en el baño secándose abombada...- dice Rosita sonriendo de reojo a Marta. - Te llamo cuando llegue a Montevideo Petrona, chau besito... ah acordate de tapar la jaula del loro cuando termines de ver la tele... un beso- y corta.

Marta sigue apretando con sus dedos el pulmoncito artificial de Juan. Juan duerme o parece estarlo. Satura bien, el color es bueno. Cuando está por preguntarle a Rosita cuánto estima que faltará para llegar, es su celular el que suena. Marta hace nudos con sus manos y toma el teléfono con su diestra enguantada.

-Doctora, le habla la coordinadora, era para decirle que me están por contestar del ceteí del hospital de Montevideo para aceptar a su paciente. Si quiere puede ir coordinando el traslado...
-Bueno impecable... supongo que en un rato estaremos por ahí...
-Bueno muchas gracias...
-¿Cómo sigue el niño doctora?

Marta siente que le meten un dedo en la llaga. A pesar de que no conoce a la señora, se imagina que debe estar sentada detrás de un escritorio lo más tranquila y tomándose un cafecito mientras ella está metida en aquella lata con ruedas sin autorización jugándose el pellejo. Siente que no puede tolerar esa pregunta y explota. 

- ¡Está horrible como va a estar! Te aviso que estamos en la ruta rumbo a Montevideo y donde no me consigas un lugar te lo llevo al escritorio donde estás- cortó y continuó dirigiéndose a Rosita con los ojos saltones.

- Y vos Rosita... ¡poné en silencio tu celular por favor!
- ¡A la mierda la dotorcita!- responde Rosita sonriente en un comienzo pero que al ver la cara de pocos amigos de Marta se pone a revisar el suero del niño luego de apagar el celular.

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Amaro piensa que escuchó una puteada en el fondo, así que toca la ventanilla separadora, y cuando se asoma Rosita pregunta si anda todo bien. 

-¡Sí claro! Anda todo bien. Pero estaría muy bueno que prendieras la sirena y que le metas pata grandote- ordena Rosita y cierra la puerta.
- Agárrese mija y abroche el cinto - avisa Amaro a Paula.

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Al hacer una nueva vista aérea se ve la ambulancia que avanza más rápido que antes. Pasan los campos y las luces de la vera del camino se hacen más y más frecuentes. Los carteles verdes anuncian que falta menos para Montevideo. Una hora más tarde se encuentran con que la noche escarchosa de la ciudad despobló de tránsito las calles y entonces el traslado toca la última parada: llegan al hospital. Un rato antes la coordinadora había llamado a Marta dirigiéndola al hospital. Una cama libre había aparecido y Marta respiraba ahora más tranquila, una de sus noches más terribles llegaba a su fin. Groso error, es allí que ocurre el desastre...

Marta siente el salto por los aires. El lomo de burro de la entrada al hospital es arrollado por Amaro y entonces Juan, que venía saturando 99%, bien coloreado y tranquilo, siente el escalón y la incubadora salta hacia un lado y a otro. Marta no puede creer. Y Juan que empieza a tomar un color negruzco que la asusta. 

- ¡Se extubó!- alerta Marta y lo ausculta desesperada constatando que ya no le entra aire a sus pulmones. 
- Bueno dotorcita entonces metámosle y apuremos hasta el ceteí- dice Rosita y le pega a la vitrina de la ambulancia de Don Amaro para que avance hacia la entrada del edificio.

Amaro cumple la orden, frena el armatoste y se baja de golpe. Corre atrás y abre la doble puerta y se encuentra con la mirada desesperada de Marta y de Rosita. Toma el tanque de oxígeno. Mientras eso sucede Marta opta por la mejor -y única- solución que se le ocurrió. Le quita el tubo a Juan (ese que tanto le había costado insertar) y toma la máscara que se adapta a la cara de Juan. Decide que era mejor llevarlo los últimos metros de esa forma y no intentar la epopeya de reintubarlo otra vez. Entonces los tres salen disparando y empiezan a recorrer a grito pelado el hospital. Se topan con los porteros que abren paso al ver a aquellos dementes de ojos saltones con la incubadora a los trompicones. Toman una curva y otra, Amaro que va con el pantalón bajo por el apuro y que se empieza a quedar sin aire, Rosita que es la que lleva su garganta como sirena y le grita a todo el mundo que se le topa adelante para que abran paso. Marta que frena a Rosita y le dice que más despacio... Y entonces ven el cartel que dice que el ceteí pediátrico está en el tercer piso y ve que un camillero les abre sus puertas. Dentro del ascensor caben la incubadora y ellas dos. No hay lugar ni para Amaro ni para su barriga. Marta ordena a Amaro que se quede afuera y le avise a Paula-la madre que dejaron olvidada en la ambulancia- el camino. Amaro acata. Y el ascensor que trepa al segundo piso.

Al salir, se topan con la puerta de letras rojas que ambas tocan desenfrenadas- ¡Llegó el ingreso! grita tranquila la primera enfermera que asoma su cabeza y no puede creer la escena. Luego dice que llamen a la doctora. 

-¿Donde pongo al niño? ¡Está horrible!- exige Marta con el corazón en la boca. En efecto, Juan estaba horrible, peor que cuando Marta lo conoció en el hospital.

De golpe aparecen dos doctores con caras de dormidos. Un hombre grandote y una veterana con cara de pocos amigos que le pregunta al público qué estaba pasando con tanto alboroto. Le es suficiente con una ojeada para adivinar que el niño que estaba esperando está grave. Siente que una señora de blanco y llorosa le habla.

-¡Se nos extubó a la entrada del hospital! ¡Venía lo más bien! - dice Marta suplicante.
- Sí claro, siempre iguales ustedes, siempre se les extuba al llegar y siempre venía bárbaro... contesta la señora con un gesto displicente. Luego ordena que le alcancen el laringoscopio y un tubo. Entonces con gran pericia logra en 20 segundos lo que a Marta una vida. Lo intuba sin dificultades y Juan que retoma un buen color. Y Marta que respira. La señora ordena a su otro colega, el grandote que prepare el respirador y que lo conecte. Pide unos exámenes y una placa. Marta entonces empieza a contarle lo que había sucedido. Entonces la colega la para en seco, le dice si quiere que le firme algo y que no importaba, que se fueran nomás. La intensivista de guardia no recaló ni un segundo en la cara de Marta. Entonces esta le extiende la hoja de traslado, se hace el garabato y así termina el traslado.

Al salir por la puerta de entrada que habían atropellado hacía un rato, Rosita y Marta se topan con Paula. Marta la abraza y le dice que tenga mucha suerte. Paula queda parada a la entrada del ceteí y una enfermera le dice que espere un rato afuera que ya hablan con ella. Marta logra ver cómo aquella mujer se sienta en las bancas del costado. Sola. 

Al rato estan subidas a la ambulancia con Amaro, que esta barriendo el desorden de la parte de atrás. 
- ¿Volvemos al pago Dotora? pregunta Amaro.
- Volvemos- dice Marta.
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Vista de atrás, la ambulancia, ahora de luces apagadas deja la ciudad y se hunde tras el pavimento en los campos. El amanecer no está lejos. Marta, sentada delante -donde venía Juana hacía un rato-, no puede con su frustración. ¿Cómo iba a fracasar casi a la llegada de la meta? ¿Y si le pasaba eso antes, Juan se hubiera muerto? se preguntaba. Entonces es Rosita que le cincha de la túnica y la obliga a darse vuelta.

-¡Arriba el ánimo Dotorcita! ¡El niño llegó vivito y coleando! Bueno, llegó un poco menos rosadito de lo que lo traíamos, ¡pero vivito al fin!- y dice que eso amerita que pararan en la próxima estación para comprar unos bizcochos. 
- Y yo le diría viejo abombao que usted se prenda un puchito - dice a Don Amaro. Porque si no lo hace se nos va a dormir y eso sí que sería una macana!- prosigue. 

Con la venia de Marta, a la cual ya no le importa nada, el grandote se pone a hurgar buscando los puchos en su camisa desgastada. Rosita prende su celular y ve tres llamadas perdidas. Eran de Petrona.  Y la ambulancia sigue su camino. 

Detrás quedan Juan y Paula, solos y separados.

miércoles, 9 de abril de 2014

Los pases de guardia

Otra joyita de nuestro amigo Sebastián, aprovecho para compartirla, es un lástima que quede tirada en la bandeja del entrada del mail de solo unos pocos privilegiados que estamos en su lista


EL PASE 
En nuestra profesión tenemos cosas que, aunque no debieran, causan terror. Tal es el pase de guardia, el "pase" como le decimos en la jerga médica criolla.
Para los que no hagan medicina, les cuento que no es el pase que te hace el médico general para un especialista, ese papelito con letras ilegibles. No. El pase es un momento de duración variable en el que un médico (o un grupo de médicos) que estuvieron de guardia, pasan a sus colegas entrantes las novedades del lugar donde trabajan. Ocurre en los hospitales dos veces al día. A las 8 y a las 20. Por ello es que si uno va a consultar a una puerta de emergencias a esas horas, difícil que agarre a un médico que lo atienda, a no ser que sea algo de vida o muerte (literalmente). Una enfermera con cofia como salida de un sketch de Gasalla le dirá que espere. Además el pase de las 8 de la mañana es el más jugoso, por adjetivarlo de alguna manera.
¿Qué sucede en ese famoso pase? ¿Porqué vengo con este cuento? Es que en ese lugar no hay lo que NO suceda. Es como esas películas que tienen de todo: drama, tragedia, comedia, locura y suspenso. De todo. En el se juntan dos grupos en dos etapas diferentes. Los médicos de guardia entrantes y los salientes. Los legañosos y los despabilados. A estos se le añade un tercer grupo, el de los jefes de servicios y supervisores. A veces se invita a las nurses, las capataces de enfermería para que acudan a la cita y allí ellas van con sus petates. Cerradas las puertas del cuarto médico, la función comienza. ¿Quieren que les cuente? Aclaración: todo parecido con la realidad, en cuanto a los personajes y hechos aquí retratados, son producto de la mera casualidad....Comencemos.
Marta es la médica que entregaba la guardia y no había tenido un buena guardia. Desde la ventana del hospital la mañana se veía linda, soleada, pero la guardia había sido una tormenta. Doce horas intensas. Marta había entrado a las 20 y ni bien le pasaron la guardia la nurse avisó que habían muchas consultas atrasadas y que la gente estaba protestando por la tardanza. Cuando apechugó con el otro compañero de guardia y los residentes las consultas, tuvo que llamar a la policía por un adicto que amenazó pegarles luego de acordarse de su madre un buen rato.... No había podido cenar sino hasta pasada la medianoche, si es que puede llamársele cena a una milanesa con fritas frías, tragada a las apuradas en 10 minutos. Habían comido todos a destiempo porque el trabajo no cesaba y se fueron turnando como pudieron. Las horas fueron pasando y a pesar de que el sueño crecía, las consultas no. Y los problemas menos. Se les descompensó un paciente y otro se les murió otro. Marta tuvo que pasar largo rato consolando a los familiares y cuando culminó con la burocracia mortuoria, al mirar el reloj pulsera se dio cuenta que faltaban 40 minutos para terminar su guardia y que comenzara el pase.
Entonces organizó como pudo su equipo de guardia y dividió las tareas. Así se fueron yendo los pacientes que habían observado la noche (con unas palmadas dio el alta a un borracho que llegó todo maltrecho sobre la medianoche llorando por su mujer), se agilizaron los ingresos que fueron pasando al sector de internación, se fueron atendiendo los dos o tres que habían consultado en la madrugada (infaltable uno con dolor de muelas) y Marta se puso a escribir como pudo y a los ponchazos un croquis de los pacientes que irían quedando para la guardia entrante. Le dio el tiempo para armar un mate y el bolso para no perder tiempo luego. Se fumó un cigarro con el portero menos diez y allí estaba, ocho en punto pronta para el pase. La otra jefa de la guardia ya se había ido porque entraba en una mutualista a esa hora.

Se hicieron las ocho y diez y la única que habían llegado fue una nurse supervisora que no tuvo otro tema de charla que comentar lo caro que estaba el tomate y que daban lluvia para la tarde... Marta siguió mirando el reloj y de pronto la puerta se abrió y se asomó el jefe del servicio que había decidido ir esa mañana. A Marta no le agradó eso porque la guardia anterior el jefe la había puesto en un apuro al llevarle la contra con una conducta que ella había tomado. Decidió ser concreta en este pase y tratar de hablar rapidito, para que los otros notaran que estaba apurada para llegar a otro lado. La única que sabía que se iría a dormir toda la mañana era ella, pero no se lo iba a decir a nadie.

-¿Un mate jefe? y extendió su mano con el tercer mate de la ronda intentando amenizar la jornada.
- No Marta, yo no tomo mate ¿recordás?
Marta olvidó ese pequeño detalle, se sintió bastante incómoda y pasó a la nurse el mate. Marta adoraba a aquel hombre que tanto sabía y tanto le había enseñado en su época de residente, pero el tiempo le fue enseñando que ni ella era tan mala en lo que hacía, ni aquel hombre era ningún dios. Estando en esas meditaciones el susodicho ordenó.
- Bueno Marta ya son y cuarto, pasame la guardia a mí mientras que viene el resto-. Aquel gesto tomó a Marta por sorpresa y aunque quedó sin palabras comenzó. - Bueno quedaron 10 pacientes en la guardia, en el área de observación...

Fue en ese momento que Angela, la compañera entrante, llegó. Simulando estar casi sin aire y medio despeinada fue pidiendo mil disculpas y con algunas excusas fue explicando su tardanza. La principal parecía era una trancadera de tránsito bárbara en la rambla. Aunque Marta no sabía si aquello era verdad, no le importaba. Ya se había puesto de mal humor y sintió como su cara se enrojecía. Angelaa siempre tenía una explicación -algunas inverosímiles y otras bastante elaboradas- para llegar tarde... Nunca le había dado el gusto de irse temprano... -¿Puedo seguir? escupió Marta a la mentirosa y entonces Angela puso sus bolsas al piso y se calló para escuchar. Marta prosiguió contando los pacientes que había y las novedades de la guardia.

Tras media hora de discusiones, debates, críticas y resoluciones Marta pudo huir. En el taxi de camino a casa intentó hacer un raconto del pase, y le fue imposible. Luego de la interrupción de Angela, muchas más le sucedieron. Fueron entrando uno tras otro y el cincha poroto se hizo tedioso, aburrido y peligroso. Y a Marta una de las cosas que más la desquiciaban eran las interrupciones a las que todo el mundo se está acostumbrando. Sus colegas los primeros. El neurocirujano que vino a ver a la paciente que no fue a ver cuando se lo llamó 4 horas más temprano, una médica de una emergencia móvil que con cara de suplicio apuró al primero que vio para que le firmara la hoja y le recibiera el paciente. La limpiadora que apareció pidiendo las llaves de la cocina para hacer sus tareas, una enfermera llamó a la nurse jefa para que saliera del pase para hablar con ella porque se tenía que ir a la media hora de descanso y adelante quedaban cosas por hacer. Hasta un familiar de un paciente se metió en el cuarto porque nadie lo paró antes. A Marta le fue casi imposible pasarle a la impuntual los detalles de la guardia porque se le olvidaron. Que la cama 3 estaba mejor de su examen respiratorio, que había que reclamar al laboratorio las muestras de sangre, que iban a enviar a un paciente del interior con un probable infarto para que lo evalúen...

Nadie la felicitó por el par de diagnósticos difíciles que hizo. Incluso un par de docentes le recriminaron sus conductas argumentando que esa no era la pauta del servicio y Marta ya para ese entonces no tuvo la fuerza para combatirles. Se quería ir de una vez y no quería contestarle lo que pensaba y que se metieran la pauta por donde quisieran. Antes de tomar el taxi, tragó otro pucho con el portero. Aquel fue el único que le preguntó qué tal había estado la guardia y le deseó buen descanso...
Los pases de guardia son fundamentales. Es un momento de intercambio y su calidad está acorde al nivel de asistencia que se presta. Varía de un lugar a otro, pero diré que los lugares como el de Marta, en donde campea lo irrespetuoso es en los lugares más grandes y donde hay gente que compite. Las viejas historias afloran, uno quiere ser mejor que el otro y entonces la cosa se desvirtúa. Hay otros colegas que intentan hacerse ver, tirar al blanco con algún diagnóstico e intentar tapar con esas excelentes interrupciones las cosas que no hace en otros lados. También están los que quieren hacer imponer su pensamiento sin escuchar. Por suerte no sucede todo el tiempo y hay lugares en los que los pases son un encuentro fraterno entre colegas que no se ven hace tiempo, uno se abraza y compadece al otro por la mala guardia que tuvo y le cuenta historias similares vividas. Se prende de veras. También se entienden las equivocaciones que todos tenemos, se acepta que el otro diga "no sé que tiene este pero tal cosa...".. La cohesión de los grupos y la uniformidad de los lugares de trabajos hacen de los pases lugares amenos y nadie tiene que ponerse nervioso cuando cuenta los acontecimientos...
Un mal pase de guardia aumenta la mortalidad de los pacientes atendidos. Eso está estudiado. Aumentan los errores y amén de nuestros egos el que se embroma es el paciente. Se olvidan las cosas, los detalles que hacen la diferencia y la dignidad de la persona cuando no sabemos los nombres o la cama que ocupa. La tendencia muestra que la mano viene como para que hayan más pases de guardia. Ojalá. Y digo esto porque es una ridiculez que sigamos trabajando 12 o 24 hs de guardia seguidas en nuestros trabajos. Más que ridículo debería ser ilegal. Todos los que han hecho guardias de 6 horas reconocen la diferencia.

Aunque no se sabe cuál es el mejor método para un pase de guardia , seguro será alguno en los que se construya el respeto desde todos los ángulos y prime la dedicación y el cariño por nuestra tarea ante todas las cosas. Nadie aprende con miedo. Les adjunto una revisión del tema en cuidados críticos pediátricos y un método desarrollado en EEUU para pediatría. Si alguien llegó a este punto, le mando un abrazo. Si alguien no lo hizo espero no haya sido por salir tarde a alguna guardia. Y si ven a algún enfermo esperando en una emergencia a las horas del pase avísenle que vuelva más tarde.
 Sebastián.

Adjunto a este mail, venían 2 artículos, les dejo los títulos para que los puedan buscar:

1) Comunicación en el pase de guardia en lasá reas de cuidados intensivos en un hospitaluniversitario. Estudio transversal. Dr. César A. Belzitia, Dr. Alfredo Eymanna, Dr. Eduardo Durantea,
Dr. Rodolfo Pizarroa, Lic. Silvia Carrióa y Dr. Marcelo Figaria - Arch Argent Pediatr 2014;112(2):119-123 / 119

2) I-PASS, a Mnemonic to Standardize Verbal Handoffs. P. Landrigan, Theodore C. Sectish and the I-PASS Study Group. Amy J. Starmer, Nancy D. Spector, Rajendu Srivastava, April D. Allen, Christopher
Pediatrics 2012;129;201; originally published online January 9, 2012; DOI: 10.1542/peds.2011-2966

martes, 8 de abril de 2014

Mas allá de la prevención cuaternaria.

Hoy me llegó por mail una invitación a leer un artículo de un blog que pueden encontrar entre la lista de recomendados que ven a la derecha llamado nogracias.eu, en el post se habla de la prevención cuaternaria, y de la necesidad de ir mas allá y comenzar a plantearse una nueva etapa, más allá de la anterior a la que se propone llamar quinaria.

Les recomiendo leer el artículo "Evitar el daño causado por la medicina: de la prevención cuaternaria a la quinaria", del que me tomé la libertad de tomar unos fragmentos:

"Por supuesto, esta llamada al fin del optimismo, no rechaza a los crónicos sino la idea de que su bien deba sustentarse en el supuesto falso de que la muerte y la edad avanzada pueden ser vencidas o ignoradas, de que la vida solo tiene interés si se prolonga y de que no hay nada que decir sobre el valor y las contribuciones intrínsecas de los ancianos
No es el envejecimiento ni la muerte en sí misma lo que resulta censurable sino el envejecimiento cruel y la muerte indecorosa, retos para los que son la política y los cuidados los que pueden dar respuestas y, en mucha menor medida, la medicina científica y la tecnología impulsados por el mercado"

En sus últimos párrafo explica claramente que no vamos a ayudar a nadie basándonos en el supuesto de la inmortalidad y la eterna juventud.
"No ayudaremos los sanitarios trasladando a los enfermos crónicos y ancianos la idea de que solamente la falta de recursos o de sistemas de gestión más sofisticados se interponen entre sus deseos y las limitaciones que muestran sus cuerpos
No ayudaremos los sanitarios a los jóvenes si inspiramos en ellos el deseo de vivir hasta una vejez en la que simplemente se alargue de modo indefinido la vitalidad de la juventud y se vea la muerte como un fracaso de la medicina
 No ayudaremos los sanitarios al futuro de nuestra sociedad si permitimos una escalada incesante de los gastos sanitarios para crónicos y ancianos alimentada por un falso altruismo mientras se limitan otras actuaciones dirigidas a mejorar realmente sus condiciones de vida sin demasiadas resistencias"

jueves, 3 de abril de 2014

Sobre calidad en la Atención Médica


" Cuando una atención es innecesaria o excesiva es probable que no esté contribuyendo a lograr mas bienestar para el enfermo, además es también pobre en calidad ya que implica un cierto riesgo no contrabalanceado por la posibilidad de lograr un beneficio... por otra parte, también desaprovecha y dilapida recursos, es decir, es pobre en eficiencia, lo que agrega un demérito en la evaluación de calidad."

".. más atención no es sinónimo ni mucho menos de más calidad, por lo menos a partir de cierto punto más allá del cual el agregado de servicios o prestaciones no sólo no agrega valor, sino que lo disminuye, acrecentando los riesgos para el enfermo y los costos para quién lo paga."



Administración Hospitalaria
Lemus, Aragues, Lucioni

miércoles, 8 de enero de 2014

Los Bichos Raros - Del Dr. Sebastián González.

Hace ya unos años terminé la carrera de medicina, carrera larga, por momentos jodida, pero con varias gratificaciones. Una de ellas es la gente que uno conoce y se queda, a veces sin ver seguido, pero se la queda en algún lado, más en estos tiempos 2.0 donde la comunicación si bien no es a veces todo lo fluida que uno quisiera, por falta de tiempo, ganas, momentos, etc. (excusas varias), existe.

Este es el caso de Sebastián, una entrañable persona y excelente profesional con el que compartí parte de la carrera y alguna rotación del internado, incluso con otros compañeros supimos pasar muy bien un fin de año estando de guardia.

El arrancó para los niños, los niños graves. Y todas las semanas (o casi todas) nos envia alguna joyita, nacida de la catarsis, o de quién sabe donde. Porque aparte de todo escribe bien, de todos modos no es la primera vez que hay algo escrito por el metido acá.

Pero aprovecho que el no quiere abrir un blog, y le plagio las cosas, así que les dejo su saludo de fin de año:


Los Bichos Raros
A los que cuidamos niños graves, nos suelen pintar de distintas maneras. El imaginario médico y de la población general, nos ve como bichos raros. A pesar de que esto tiene tendencia a la veracidad, hay veces que nos encasillan en clichés tan variados como indefinidos. Pienso que la mayoría no nos entiende, ni puede entender que encontremos satisfacción donde la mayoría de la gente ve sufrimiento.
 Nuestros familiares son los más acostumbrados y tienen la paciencia de escuchar nuestras catarsis cuando volvemos a casa. A pesar de la rutina de oírnos disertar sobre las cosas vividas en la cotidianidad de nuestros trabajos, todos recordamos la cara de espanto de nuestros padres cuando les dijimos que nos íbamos a dedicar a esto... ¿Ceteí pediátrico? ¿Estás seguro? Bueno si es lo que querés... y nos abrazaban cruzando los dedos a nuestra espalda para desearnos suerte en ese camino peligroso y desconocido.... ¡Habiendo tantas cosas para hacer en medicina y te metés en ese baile mijito!
Cuando estamos en alguna reunión donde no hay médicos (todos los galenos sabemos que sólo hacen falta dos médicos juntos como para que terminen hablando del casi único e inevitable tema de conversación: la medicina), la gente, al preguntarnos a qué nos dedicamos y escuchar nuestra respuesta, quedan con el gesto congelado. Silencio. Quedan tiesos y sin saber para donde agarrar... Y nosotros, acostumbrados a la reacción, seguimos comiendo los pebetes en la fiesta.
 Para nuestros colegas pediatras estamos bastante mal de la cabeza. Ni les cuento los colegas de adultos, que ya ven en un pediatra a un ser bastante histérico y obsesivo... Nos ven como sanguinarios, no entienden cómo podemos hacer las cosas que les hacemos a los niños, eso de meterles tubos, punciones y maniobras invasivas a un ser tan pequeño e indefenso. Entran a las unidades con miedo y como pidiendo permiso, sin saber qué tocar y qué no tocar... A esto también ayuda nuestra fama de gruñones malhumorados, de soberbios y todopoderosos. Detrás de las puertas de los ceteís se abre un mundo oculto y desconocido, incluso para la mayoría de los médicos. Los mitos florecen como dentro de una cueva sin fondo. No voy a detallarlos porque sería inútil. Cada uno que reciba este escrito, puede hacer el ejercicio de elegir los adjetivos para pintarnos. Yo me limitaré a darles algunas pistas para que entiendan, si pueden, nuestros desvaríos.
Cuando ingresa un niño grave a ceteí, no se sabe si volverá a salir. Por la otra puerta está la muerte y nosotros hacemos todo para que no lo abrace y se lo lleve. Esto último va a seguir sucediendo mientras que haya vida: la muerte es patrimonio de los vivos. Y aunque parezca en estos tiempos que nadie se puede morir, lamento informarles que están muy equivocados. La sociedad actual además no soporta la muerte de nadie, menos la de un niño.
Durante este viaje (la internación) los intensivistas tendemos a hacer de más, es cierto. En esa lucha despiadada contra la enfermedad -para poner un ejemplo- solemos usar muchos antiinfecciosos a ciegas, asustados. Los pediatras que reciben a los niños sobrevivientes critican nuestros excesos ("mirá cómo le pusieron Vanco - Meropenem de nuevo"...), la mayoría de las veces con razón. Pero los invito un día a suspender un antibiótico estando el niño grave y sin saber que derrotero va a elegir la enfermedad. Tomá la lapicera y poné que está suspendido. No es fácil. Este ejemplo lo pongo para demostrarles que vivimos con incertidumbres. En un ceteí se vive palmo a palmo con la desesperación, con la desolación. Nadie nos enseña (¿y es que alguien puede?) la forma en cómo decirle a un padre o una madre que su hijo se puede morir. Todos aprendemos a los tropezones y nos vamos haciendo cayos en la garganta a medida que pasa el tiempo. ¿Y cómo decirle que no sé si va a sobrevivir? ¿Y cómo confirmarle que su hijo va a quedar con secuelas luego del accidente si tiene la cabeza destrozada?
Encima somos poquitos. Nos conocemos todos, con las fortalezas y debilidades que esto trae. Les cuento bajito que somos bastante chusmas. Nos pasamos comentando las experiencias que tuvimos en la guardia de la que venimos y a la que vamos. Vivimos saliendo y entrando a las guardias mareando de lugar los pacientes. Porque venimos de una guardia donde estaba Juancito que tenía tal cosa y le pasamos a nuestro compañero que se volvió loco con el corazón de Jimenita en tal lugar.... Las guardias son hitos hasta para nuestra propia historia. Las agendas todas tachoneadas de cambio de guardias lo reflejan. "Mi hijo cumplía años y yo estaba de guardia en tal lugar porque no la cubrió nadie" "Aquel día que reventaron las torres gemelas yo estaba en tal otro lugar". 
El ceteí es un poquito nuestra casa. Olvidamos en ella prendas de vestir y el cepillo de dientes, dejamos en aquel otro lado la matera porque vuelvo en un par de días. Vamos dejando cosas en los cuartos médicos y lo vamos pintando con detalles nuestros, como dejando nuestra huella, como dejando marcas en el sendero de nuestras carreras. En las unidades hay recuerdos de todos los que por allí pasamos. "Aquella cosa la trajo fulanito, aquella otra cosa es de sultanito". Muchas veces nos adueñamos sus pobladores -los gurises- , que nos dieron tanto trabajo y vemos de reojo a los familiares si no los cuidan como nosotros querríamos. Nos cuesta entender que esos hijos, no son los nuestros.
Hay entre nosotros matemáticos, físicos y químicos avezados sin saber que lo son. El manejo de fórmulas, cuentas (¿qué haríamos sin la regla de tres?) y números están a la orden del día. Basta con ver las evoluciones de la historia clínica. Vemos en el cuerpo humano una hermosa y compleja maquinaria que no anda bien e intentamos adentrarnos en el mundo de su entendimiento. Y nuestro laboratorio son los enfermos. Nos transformamos en videntes tratando de descifrar las caras ocultas de la enfermedad: vemos en la polipnea con transpiración acidosis, en los mocos bronsoobstrucción y disminución de la compliance, vemos en la mala perfusión un láctico alto y células sufriendo, en el pañal seco o la piel amarilla un riñón o un hígado que no funcionan, en los ojos cerrados la corteza dañada. Intentamos una tratamiento nuevo de rescate y siempre estamos empujando los límites de la propia existencia. La clarividencia nos juega malas pasadas si abusamos de ella y olvidamos que detrás de la máquina rota hay una persona con otras personas alrededor. Que un niño no es un monitor pitando ni una alarma encendida, sino que hay cosas que aún estamos lejos de entender y que siempre debemos tener algo de médico artista y nunca perder el olfato (que sólo el que lo tiene siente) de que aunque todo indique que todo está bien, algo NO está bien. El "este no me gusta" tan famoso...
Nuestras armas no son el estetoscopio ni la túnica ni el martillito de los viejo semiólogos, sino la calculadora en el bolsillo anterior del equipo de trabajo al lado de la lapicera y en la mochila guardada una libretita donde anotamos fórmulas, dosis, algoritmos de tratamiento. ¿Y qué es sino la desnudez cuando olvidamos estos implementos en algún lado y nos faltan cuando entramos a una guardia? Afrontamos a diario nuestros temores y esquivamos como podemos a la parca, que nos visita a menudo. Somos exploradores y aventureros. Osados, porque muchas veces no tenemos tiempo para pensar las cosas dos veces. Por suerte faltan los cobardes.Tomamos decisiones duras todo el tiempo, en cada momento. 
A pesar de ser científicos, la religiosidad nos rodea y muchos la tienen a flor de piel. Será que el sufrimiento desnuda lo mejor o lo peor en los seres humanos y en las camas de los ceteís quedan expuestos tal cual son. Hacemos psicoterapia con las familias, debemos ser tolerantes con las creencias e intentar explicar cosas inexplicables. ¿Cómo explicarle a un padre que su hijo que hacía unas horas estaba jugando en la pileta de su casa ahora está en muerte cerebral? Nos volvemos traductores y políglotas según el bagaje sociocultural de los pacientes que atendemos. ¿Imaginan las diferencias entre darle un informe médico de algo grave a un padre burgués o a uno sumergido en la más baja de las pobrezas?
Los intensivistas no dejamos de ser pediatras, y como tales tenemos la cronosensibilidad a la orden del día. El tiempo es oro y lo medimos en horas, minutos y hasta segundos. Las necesidades cambian con los quilajes, con las horas, con los días. En una misma unidad podemos tener con una neumonia grave a un lactante de 2 meses que pesa 4 quilos y a otro de 14 años que pesa 50 kg. La misma enfermedad en esos dos pueden no tener nada que ver en términos concretos. No es lo mismo la primera hora de ventilación asistida que el décimo día. No es lo mismo un paro cardíaco de 1 minutos que el de diez. Cuando alguien deja de respirar a los 10 días de vida seguro tiene alguna enfermedad muy distinta al que lo hace con 5 años.
Nos cuesta decir basta. Solemos perder el sentido común, llevando a extremos las maniobras de reanimación porque es lógico que no toleremos que un niño se nos muera. Y le damos, le damos y a veces son los compañeros más lúcidos y de mayor trajinar en estas cuestiones los que nos golpean el hombro para que digamos basta, hasta aquí llegamos. En esos esfuerzos fútiles nos enroscamos y perdemos de vista lo que es calidad de sobrevida. Somos los primeros testigos de cómo la ciencia empieza a salvar pacientes que hace unos años morían sin remedios, pero creemos estar en una jungla cuando vemos los costos de tales avances. Hay niños que no debieran sobrevivir. ¿A costa de qué? ¿Para qué?
Solemos también crearnos corazas para soportar los golpes y sobrevivir los dolores. Ponemos caras de duros, pasamos como amargados y chillones, muchas veces prepoteamos y hablamos mal a nuestro entorno. Nos cansamos mucho. Dormimos pésimo porque nadie puede dormir bien y conciliarse con la almohada sabiendo que del otro lado de la pared hay niños con respiradores luchando por vivir. ¿Quién pega un ojo cuando está sólo de guardia? ¡Cómo se van tapando las arterias cuando suena el teléfono a las 3 de la mañana y la nurse nos avisa que cama tal está desaturando o que cama tal está convulsivando! ¡Y cuando suceden ambas ni les cuento!
Nos suelen tildar de millonarios. Que ganamos montón de plata la hora y que hacemos la plancha en las guardias porque a veces atendemos pocos niños. Vivimos la época en la que está de moda atacar a la mafia blanca. Les digo a los acusadores que apunten sus tiros a los mafiosos, y que los hay los hay, pero no en mi trinchera. Que no nos miren a los que vivimos de nuestro jornal, los que no cobramos nocturnidad (a sabiendas que trabajar cuando todo el mundo duerme destroza la arquitectura cerebral), los que cobramos facturando como cualquier comerciante (con respeto del gremio) sin derecho a las prestaciones sociales. Los que laburamos sin parar ni media hora para comer (se hace cuando se puede) 12 o 24 horas diarias. Les cuento también que no cobramos "acto médico" cada vez que intubamos a un niño (o cuando lo extubamos) o le ponemos una vía venosa de emergencia a algún niño moribundo. Tampoco nos consideran especialistas a pesar de que tenemos que tener 3 títulos para atender niños graves: médicos, pediatra e intensivistas. A esos que critican les cuento que estaría bueno que saquen las calculadoras y vean qué porcentaje representa nuestro sueldo comparado al resto de gastos derivados de la atención de un niño grave (de enfermería ni la saquen porque ya les digo que es una vergüenza). Vayan y sumen cuánto sale un cateter venoso profundo, cuánto sale el material blanco, cuanto salen los gases centralizados, cuanto sale un respirador andando 24 hs al día, cuánto salen cada ampolla de cada fármaco que indicamos y cada estudio que solicitamos. ¿Cuánto representa en términos económicos la muerte de un niño sano de 2 años?
¿Y entonces este grupo de masoquistas cómo hace? ¿Son o se hacen?
Lo que no ve la gente son las satisfacciones silenciosas que diario vivimos. En los pases de guardia fulano aguantó la extubación, fulanito dejó de hacer fiebre, que le pudieron suspender a aquel otro los goteos de vasopresores, que menganito abrió los ojos... Por suerte para nosotros se vive con esperanza. Por suerte para nosotros, los niños siguen ganándole a la muerte las más de las veces. Todos tenemos casos de niños desahuciados que de repente empiezan a recuperarse y a la semana están abrazando a sus padres de nuevo. Y te dicen chau con la manito o te dan un beso de despedida.
Comencé a escribir estas notas a fin de año pasado cuando me tocó estar de guardia. Había llegado a la unidad luego de pasear la ciudad que estaba abandonada y tapizada por almanaques ya viejos. Transité solitario en mi cochecito el pavimento citadino sintiendo al aroma de los fuegos prendido y viendo bengalas surcando  los cielos. Todo el mundo preparaba el copetín y las copas para brindar por un nuevo año y yo me dirigía a suplir a mis compañeros de guardia que salían hacia otra guardia. Estaban internados un par de gurises que estaban "de salida" como le decimos a los que vienen mejorando, pero estaba complicada con Angel, un precioso escolar que estaba agonizante en las últimas etapas de una enfermedad oncológica que lo llevó a estar en el ceteí. Con el pasé fin de año. Nos pasamos un rato largo con él, y cuando constatamos que ya más esa noche no podíamos hacer -sino esperar-, nos acomodamos a preparar el brindis acurrucados en el salón de enfermería. A la medianoche tras un tímido abrazo, todos mirábamos a través de los cristales del sanatorio el cielo exterior pintado de colores y fueguitos. Nos faltaban otros abrazos. Echas las salutaciones familiares telefónicas, a través de los cristales pude divisar a Angel con su padre. Éste le apretaba la mano mirando hacia afuera mirando lo mismo que yo veía. En un descuido observó cómo yo lo miraba. Sin hablar quedó todo dicho. Nos entendimos. A través del ventanal él pudo ver cómo mis labios decían "feliz año" de la manera que pude... Tuve como respuesta una gentil mueca de sentido agradecimiento.
Con la garganta echa un nudo quedé inundado de una culpa inmensa. ¿Cómo podía estar triste aquella noche sabiendo lo que estaba pasando aquel tipo? ¿Cómo bajonearme frente a aquel hombre que con el mayor dolor tuvo la grandeza de tener el más amable de los saludos? Enseguida supe que los únicos que podrían entender lo que yo estaba viviendo eran los otros bichos raros que estaban, como yo, de guardia en los otros ceteís, ayudando niños. No me quedaba otra: hacia ellos mandé el primer abrazo del 2014.
Hacia ellos y ustedes, mi abrazo de nuevo año.


Sebastián